El hombre sin espejos 2.6
Me había olvidado que de repente podía toparme con la flecha de mi destino, y tenía que concretarse en una bifurcación de caminos inevitable, ahí colgando el letrero que ahora tiene nombre propio. Así sucedió. Hasta ayer, si me hubiese acordado de ese encuentro predestinado (a la verdad, no sé cuándo fue la última vez que brincó de la memoria tal ineludible probabilidad), habría figurado una flecha clavada en un poste de madera diciendo por este sendero se llega “a XYZ”. Aunque sabía que sin esfuerzo ni intención consciente en cualquier momento estaría parado frente a la flecha de mi destino, la cotidianidad en Valle del Campesino hizo que no haga de esa certeza una búsqueda secreta.
Chancusig reconoció el acontecimiento apenas se presentó intempestivamente, en una mañana celeste festoneada por estrías de nubes volanderas inmaculadas y de altitud edénica, la flecha que tenía un mensaje claro: “a Reflejo”. Sobre la marcha imaginó que Reflejo vendría a ser el anunciado caserío de Malinche, es decir el punto de encuentro con otros campesinos parecidos a él o si se quiere el contacto de emergencia para salir de Valle del Campesino y devolverse al cavernícola de Racionalidad Digital. Siendo el primer letrero-flecha que Chancusig tuvo ante sí en lo que considera ya una extensa trayectoria de hacer senderos rústicos a lo largo y ancho de Valle del Campesino, se aseguró de palpar el árbol que en su memoria reciente se había posicionado con un mote poético, Ceiba Sirena. Y esta beldad arbórea portaba el mensaje al senderista que lo recibió no como invitación a hacer una vuelta romántica, sino era la certeza de que se cumpliría un hecho impostergable.
Ceiba Sirena, era la dríade conteniendo en su vientre la flecha gris y el mensaje categórico con letras rojas grandes y en relieve. Además de predestinado tenía ganas, cuanto antes mejor, de entrar en el sendero con rumbo fijo a Reflejo. Chancusig, gozaba de familiaridad dionisiaca con Ceiba Sirena, pues, trabó amistad con su excelsa figura hace pocos soles y lunas, cuando visitó el escenario boscoso que él tuvo a bien denominar, Dríades Danzantes. Entonces, Ceiba Sirena, fue la fragante beldad que le dio la bienvenida con sus dos ramas verdes desnudas, suaves, candentes, fungiendo de sensuales brazos. En esa hora de hallazgo de ceibas dueñas de una zona sin bifurcaciones, se ató a su feminidad terrenal.
A medio camino, presintiendo que había avanzando largo por el sendero que tomó la forma de tierra colorada serpenteando en una planicie de faiques aromáticos, cundió la duda de qué mismo podía ser llegar a Reflejo: ¿Acaso desembocará en una aldea de campesinos que lo reflejen a Chancusig así como Chancusig los reflejaría a ellos? Lo único cierto era terminar con esta historia atravesando delicioso infiernillo de Acacia macracantha, si no fuese porque anda con la seguridad de que el sendero se ofreció por una sola vez para dilucidar el misterio de Reflejo, creería que ha sido condenado a vagar sin ton ni son en ninguna parte, pero sentía que flotaba en lo profundo e ignoto de la travesía y disfrutaba intuyendo que iba proa al final del trayecto.
El retorno al punto de partida de Ceiba Sirena, era inimaginable; el sendero, aproximadamente cuadra a cuadra, se esfumaba tornado a derecha o izquierda en ángulo recto. Al principio serpenteaba alegre en un horizonte que lo dibujaba hasta perderse; después, flotaba en el tiempo-espacio de los ángulos rectos aún cubierto por el paisaje y perfumes de Acacia macracantha. Cuando aterricé, tuve la fuerte impresión de estar orientado a Ojo Chancusig, mi hogar. La noción de cercanía al hogar, vino con el rumor de cascada y río que capturaban mis oídos. No tardó en arribar lo que faltaba para descartar de cuajo que había sido presa de alucinaciones: la brisa ribereña inconfundible, y con ella los aromas de la vega de Río Azul al pie de la muralla de granito. Solo faltaba otear el edificio siendo el principio y el final de las aventuras del campesino Chancusig. Fue divertido sospechar que ir a Reflejo era volver a casa.
El ritmo de marcha en pos de resolver el misterio cedió a un paso relajado. Esperaba el cambio de tercio en el paisaje, o sea moverme del sendero rojizo de Acacia macracantha al contacto visual con Mansión Chancusig, celebrando la broma que entendí provenía del diseño original de Malinche. Me decía: lo de ir a Reflejo, devino en una travesía inédita al hogar pasando por un portal que se abrió únicamente hoy y por ende jamás volverá a darse este portento, así que disfruta de la graciosa ocurrencia de Malinche.
La transición de bosque de faiques, hundiendo raíces que sobreviven a la aridez de tierra ladrillo, a suculenta vegetación ribereña, fue de una sabrosura integral, tomé bocanadas de aire proveniente de oasis de sauces llorones. Abandoné el terreno plano rojizo y cuarteado, abandoné la placidez intemporal del faical y ascendiendo de piso biológico me rendí al espacio de tierra ecológica, suelo vegetal fértil de sembrados identificados desde mis ensoñaciones de campesino de época. Se sucedieron simétricas y menudas plantaciones de palta, papaya, guineo, zapote, chirimoya, mandarina,lima, naranja, limón, membrillo, ciruela, guayaba, ají… Si hubiese tenido una vista panorámica de dron habría observado rombos albergando distintas especies frutales, como un panal policromo de maná.
La senda frutal concluyó con el recodo-balcón abriéndose a la vega de Mansión Chancusig. Sin regresar a ver, el campesino, mantuvo el paso del que vuelve a casa a por las delicias de mediodía del fogón de Malinche. Embebido en la contemplación pantagruélica de la vega hogareña estaba Chancusig, caminaba ya libre de cualquier pretensión de llegar a Reflejo, cuando se percató que una suerte de humano se movía a su costado izquierdo, en una senda paralela e idéntica a la suya; paró en seco y enfrentó la visión. Chancusig tenía ante sí a la persona que hizo lo mismo que él, dejar de andar y escrutar en el otro. Fue un pestañeo y al rato se saludaron efusivamente extiendo los brazos para acudir a un encuentro amistoso al estilo campesino de molienda de caña de azúcar siglo XX. ¡Eres tú!, aullaron, fue unísono. La imagen del campesino de ensueño del tardío Antropoceno desapareció tras el encuentro que duró un suspiro; mas, en la mente de Chancusig, permaneció indeleble. El portal que condujo a Reflejo, le dio un rostro al hombre sin espejos.