Baltra verde

Las iguanas terrestres, Conolophus subcristatus, brotan de la mañana húmeda en endeble piso ladrillo arcilloso que, sacudido por las lluvias recientes de marzo, reemplazan la flora endémica de raíces a flor de tierra cayendo sin vida, transformándose en abono para dar paso al reverdecimiento de una de las islas más bajas, planas y desérticas de Archipiélago Galápagos. Me eché a caminar con la expectativa de lluvia pendiendo sobre mi cabeza, con la extraña sensación de avanzar en una isla tropical distinta a la sometida a la canícula y la sequedad corriente, cuando un mínimo de sombra es una gracia para los reptiles terrestres.

Grandes especímenes de iguana terrestre fueron brotando hieráticos, solitarios y distantes entre sí, trepados en sus dominios de rocas pardas y grises. Otros ejemplares hicieron visible fúlgido ensimismamiento adornado por hierbas y vegetación leñosa espinada. Hubo tiempo sobrado para antes de dar la vuelta llenarse del espacio que ocupan las iguanas de Baltra húmeda. Lo esperado, empezó a gotear y asumí que la cosa se iba a despachar con pasajera y refrescante garúa. Nones, se desató el aguacero torrencial que jamás hubiese imaginado en Isla Baltra, uno agradece que este fenómeno meteorológico impensado lo pillé aquí y no en un paraje recóndito del superpáramo del volcán Antisana, por ejemplo. ¿Cuánto duró en el tiempo astronómico está acuarela?: veinte minutos, o algo así.  ¿Cuánto dura en el tiempo contemplativo está misma acuarela?: una eternidad, o algo así. Apenas cesó el aguacero empezó a secarse la ropa ligera y dos lagartos se reflejaron en el adiós.